domingo, 5 de diciembre de 2010

Antibalas (desearía ser)

   -Está bien iré. Pero iré como cualquier técnico en computadoras: no hablaré y responderé las preguntas
necesarias.
-¿Por qué eres así?- preguntó con una voz de lástima
-Es que pienso que no debiste haberle dicho, eso es todo.
-Pero es mi enamorado.
-Como sea, ya estoy saliendo para allá, chau.
Cortó el teléfono, sin darle oportunidad de despedirse, cogió sus llaves, su libro "Conversación en La Catedral"-para leer en el camino y no aburrirse-, y marchó hacia el paradero. Sentado en el ómnibus, se distrajo  con las personas presentes y las casas de la avenida Benavides que pasaban rápido ante sus ojos. Hoy te veré, después de tiempo. Pensó. Luego de una hora de trayecto, descendió del ómnibus. Y ahora caminaba en las calles con casas antiguas, veredas que parecían inclinadas y el sol, pálido y cerca de esconderse, en el horizonte.

A pocas cuadras antes de llegar sintió escalofríos y un ligero dolor de estómago producidos por los nervios. Aquellos nervios que sentías antes de verla aún no se habían ido, Varguitas. Llegó a la puerta del edificio y presionó el botón "402".
-¿Si?- sonó su voz por la bocina del intercomunicador.
-Soy yo, ábreme- dijo algo apurado y pronunciando mal. Supuso que no le preguntó quién era porque ya había reconocido su voz.
A continuación, sonó un ruido desde la puerta, que separaba al edificio de la calle, la empujó y entró a un corredor en donde al final en la parte izquierda, había una escalera limpia y unicolor. Subías y cada vez sentías más escalofríos. Llegó al cuarto piso y vio la puerta de madera barnizada y enrejada y el 402 grabado en ella. Al notar que no tenía timbre tocó  con sus nudillos. Tardaban en abrir, y abrió la reja, que no estaba asegurada y siguió tocando hasta que escuchó que alguien se acercaba tosiendo. Era ella, pobrecita, seguía enferma; tenía puesto una delgada chompa y bajo esta, una pijama celeste, su cabello oscuro, largo y lasio y esa sonrisa característica de ella.
-¿Cómo estás?- dijo, con una notoria jovialidad, como si no hubiera pasada nada- Perdona que no me haya podido cambiar, no tuve tiempo.
-Como si me fijara en eso- Mintió.

Lo invitó a pasar y divisó una sala con grandes muebles, una mesita en el centro adornada, y un estante donde había un equipo esterero; bastante acogedor, pensó. Pasaron al comedor continuo y ella, de un maletín negro cuadrado, extrajo su computadora portátil. Se sentaron.
-Aquí está, tómate tu tiempo.-dijo, moviendo su portátil hacia la dirección en la que él estaba.
Sin responder, empezó a manipular la portátil. Ella se paró de la silla y dijo:
-Cualquier cosa me llamas.
-Qué.. ¿no vas a estar aquí? - le preguntó con un tono desconfiado.
-¿Tú quieres que esté aquí?
-Si tú quieres.
-¿Te molesta si me quedo aquí?
-No tengo ningún problema
-Está bien, espérame.
Se fue del comedor hacia un pasadizo y regresó, al poco tiempo, con unos cuadernos y libros. Terminó de instalarle el Microsoft Office  y le dijo:
-Ya instalé el office. Lo probó abriendo Word y se quedó un momento mostrando un "documento en blanco"y tuvo muchas ganas de tipear: <<Te quiero>>, pero se arrepintió justo en el momento en que movía sus dos manos hacia el teclado. Ahora necesito acceso a Internet, dijo luego de un notorio suspiro.
- Pero no sé la contraseña del internet inalámbrico. Tendrás que ir al cuarto de mi hermano para conectarlo directamente.
-Okay, iré.

Se paró, sosteniendo la portátil con sus manos y pasó a la primera puerta que se encontraba en el pasadizo. Estaba su hermano, sentado sobre su cama con un celular en la mano, lo saludó y él le respondió con una venia. Casi ni  habló mientras seguía configurando la portátil. Ella se había quedado sola en el comedor, se sentía triste, Varguitas, tal vez porque llegaste muy serio, tal y como un técnico en computadoras, y casi ni hablabas, pero te morías de ganas de acariciarle las mejillas y decirle que la querías. Te morías de pena de no poder hacerlo, Varguitas. Entró a la habitación y dijo:
-¿Cómo va todo?
-Ya termino
De pronto, sonó su celular y ella- ipso facto-  fue a contestar y él continuó, mientras ella se iba cada vez más lejos para continuar hablando. <<Yo también te quiero>>, decía con voz tierna <<Pero demorate en venir>>, << yo te invito algo>>. Cuando regresó, él ya había terminado.
-Puedes probarla, ya no le falta nada- le dijo cuando la vio en la puerta.
-Está muy bien-dijo, alegre.
-Dijiste que nadie te iba a llamar.- Se atrevió a decir.
-Pff, como si hubiera sido él- respondió. Él hizo un ademán de disgusto y no creyó ni una palabra pronunciada.
-Bueno, ya terminé, así que me voy.
-¿Tan rápido?- preguntó con lástima
-Me tengo que ir- Insistió
-¿Por qué?
Y en el momento en que le iba a responder, pisó la orina, que su perra de mascota había dejado en la puerta de entrada.
-Pucha, perdona. Maldita perra-le dijo a su mascota, como si la entendiera.
-No te preocupes, es su manera de despedirse de mí.
-¿Quieres que te acompañe abajo?
-Si tu quieres
-Sí quiero
Mientras bajaban las escaleras ella le decía, siempre feliz:
-No estés enojado
Y él, deteniéndose en el rellano le dijo:
-No actúes como si no hubiera pasado nada.
Ella se quedó callada y en silencio se mantuvieron hasta llegar a la puerta que daba a la calle.
-Fue un gusto verte, y gra...(pausó), ¿puedes mirarme a la cara por favor?
Él hizo un tremendo esfuerzo para levantar su mirada y enfocarla a sus ojos. Aquellos ojos en los que aún te perdías vagamente, Varguitas.
-Gracias por todo y que te vaya bien...espero verte de nuevo.
-De nada- dijo desganado.
-Chau
-Adiós
Y se despidió con un beso en la mejilla. Camino con las manos en los bolsillos, lúgubre, melancólico, iracundo; mientras veía a la gente transitar por las calles como si fueran un complemento de ellas.Hasta que llegó a un teléfono público y le dijo que no la quería volver a ver nunca más, que le hacía daño verla, que la despreciaba. Que ya no te importaba su vida ni sus constantes dolores de cabeza.¿Por qué te fuiste, Luciana? ¿Por qué me dejaste de querer? ¿te traté mal? ¿Nos volveremos a ver? <<Antibalas...desearía ser>> dijo en voz muy baja, para él mismo. Y sí que lo deseaste, Varguitas, lo deseaste mucho más aún cuando te enteraste por medio de su madre, que sollozaba por teléfono, al decirte que ella había muerto a causa de un tumor cerebral, y te arrepentiste de muerte haberle tratado así ese último día que la viste.